Imagínate ascendiendo entre aldeas de piedra y aromas de menta. Montañas que guardan leyendas y pueblos donde el ritmo aún lo marca la tierra.
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 1
La aventura está a punto de comenzar.
Aunque ya nos habremos visto en videollamadas y compartido nervios e ilusión en el grupo de WhatsApp, este será el momento de vernos cara a cara.
Llegas por tu cuenta y te recogemos rumbo al riad. Té a la menta, ducha y calma. Si te apetece, hammam para resetear el cuerpo del vuelo. Cena ligera cerca y a dormir entre paredes de tadelakt. Mañana empieza el camino.
Día 2
La mágica carretera que abre Marruecos
Salimos de Marrakech y, casi sin darnos cuenta, la carretera empieza a trepar el Tizi n’Tichka. Ventanas abajo, el aire se enfría y el Atlas se abre en miradores que te hacen parar porque sí. Son curvas que despejan la cabeza, a cada kilómetro baja el ruido y sube esa calma que solo dan las montañas. Al mediodía nos espera una casa amazigh; el tajine llega humeante, el pan sale del horno de barro y el té se sirve sin prisa. Entre bocados aparecen palabras en tamazight, gestos, risas—esa hospitalidad que no hace ruido, pero te abraza.
Por la tarde, el paisaje cambia y aparece el valle del Drâa con su palmeral infinito. Caminamos por senderos de tierra entre acequias y huertos; un agricultor nos explica cómo manda el agua, qué siembran cada temporada y por qué aquí el día se mide por la luz. No es espectáculo: es vida real, contada por quien la trabaja. Al caer la tarde llegamos a nuestra kasbah/eco-lodge en Agdz. Cena casera, olor a tierra húmeda y un cielo limpio que te invita a quedarte un rato mirando arriba. Hoy el camino ya nos ha cambiado el ritmo; mañana, el desierto empieza a asomar.
Día 3
Rissani y la puerta del Sahara
El valle del Drâa se estira hacia el este y el paisaje se va volviendo más mineral, más seco, más Sahara. La hamada —esa llanura de piedra— anuncia que la arena está cerca. Antes, parada larga en Rissani: el mercado late de verdad, con burros aparcados a la sombra, sacos de especias, montañas de dátiles y telas que parecen recién teñidas por el sol. Aquí el regateo es conversación y el tiempo va a su ritmo. Almorzamos con una familia local: pan tibio, tajine y historias de caravanas y fósiles que guardan mares antiguos.
Cuando retomamos la ruta, el horizonte cambia: aparecen las primeras dunas de Merzouga y el Erg Chebbi nos llama. Entramos a pie o en 4×4, como prefieras, hasta el campamento bereber. La noche cae rápida: cena bajo las estrellas, tambores que marcan el pulso de la arena, hoguera y silencio de los que ordenan por dentro. Hoy dormimos con el cielo encima y la sensación clara de haber llegado a otra geografía… también emocional.
Día 4
Erg Chebbi se siente de sol a sol
Amanece y el desierto nos llama arriba: subimos a una gran duna con guía, paso corto y respiración larga, hasta que el sol asoma y el Erg Chebbi se enciende como un mar dorado.
Bajamos a desayunar sin prisa —pan, miel, dátiles— y el día se abre a tu medida, puedes estrenarte en quads/ATV por las dunas (iniciación, pura diversión) o salir en 4×4 por hamadas y miradores que enseñan el Sahara en panorámica.
A media jornada nos recibe una familia nómada en su jaima: té, historias de trashumancia y una calma que no se aprende en libros. Por la tarde llegamos a Khamlia, donde la música Gnawa hace vibrar la arena con ritmos africanos que parecen venir de muy lejos. Volvemos a las dunas para un atardecer en silencio —si quieres, cuaderno en mano, a dejar que el día decante— y cerramos en nuestro riad/kasbah en Merzouga: ducha de las que abrazan, cama blandita y esa sensación de haber vivido el desierto por dentro.
Día 5
El susurro del oasis, la catedral de roca
Rodamos hacia Tinghir y el verde vuelve a aparecer como un milagro, un palmeral ancho, huertos en terrazas, niños saludando desde los senderos. Almorzamos tranquilo y nos echamos a andar suave entre acequias y sombra de palmeras hasta que las paredes del cañón del Todra se levantan a ambos lados como una catedral de roca.
El paso se hace más corto, el eco juega con nuestras voces y el aire huele a piedra fresca. Si te apetece, tienes iniciación a escalada o vía ferrata (opcional, guiada y segura) para mirar el mundo un poco más desde arriba. Al caer la tarde, riad de oasis, una cena rica, charla pequeña y ese silencio bueno que solo se escucha donde el desierto roza la montaña.
Mañana, vuelta a Marrakech por carretera panorámica.
Día 6
Carretera de regreso, el paisaje que se queda
Hoy el camino también es destino. Dejamos el Todra y encadenamos valles, kasbahs y miradores rumbo a Marrakech.
Paramos a tomar un café donde huele a cardamomo, hacemos fotos con el Atlas desplegado al fondo y nos perdemos un rato por un pueblo de adobe donde el tiempo parece ir a pie. Es un día largo, sí, pero de esos que se saborean. Conversación buena, música suave y ventanas abiertas.
Al anochecer entramos en la medina, riad y cena ligera para cerrar el círculo.
Día 7
Marrakech secreta, despedida en voz baja
Por la mañana dejamos los “must” para otro día y nos metemos donde pasa la vida. Talleres y cooperativas donde el cobre suena a martillo, el cuero huele a aceite y el pigmento mancha las manos. Charlas con artesanos que trabajan sin escaparate, aprendiendo cómo se teje, se tiñe o se repuja… y por qué aquí las cosas se hacen sin prisa.
Por la tarde llegan las sorpresas Wanderia; rincones que no salen en las guías, patios que guardan historias y pasadizos que solo se abren si sabes a quién llamar. Es la Marrakech íntima, la que se descubre en voz baja.
Cerramos arriba, en una azotea secreta. Te irás con el zoco aún zumbando en los oídos… y el desierto guardado en el pecho.
¡Este viaje no termina aquí!
Vuelta a España.
Desayuno sin prisas y traslados al aeropuerto según horario. Te vas con polvo de desierto en los zapatos… y el corazón un poco más ancho
Habrá abrazos, promesas de volver a vernos y, sobre todo, esa sensación de que Marruecos se queda dentro de ti.
Porque sí, los aviones nos llevan de vuelta… pero las experiencias vividas viajan con nosotros para siempre.